Nadal. Siempre.
Papá estaba feliz en la sobremesa. Salíamos del salón y el sol de finales de enero anunciaba el avance del invierno mostrando su cara amable. La mesa lista y la terraza orientada hacia Sierra Nevada propiciaban un espacio único, de esos que apenas valora uno por la bendita cotidianidad. Nuestra compañía, la de sus nietos, y aquel “palo cortao” recién servido del tonel también añadían calor a la escena, pero su placidez venía fundamentada, además de todo aquello, por la espectacular victoria de Nadal. Manolillo, el abuelo, y algunas de las chicas. Su apasionado querer al mundo del tenis se manifestó en sus palabras sobre otras victorias de antaño, como las de Orantes o Santana, en aquellos años en los que se enamoró de este deporte; y asi, sin querer, la tarde fue llenándose de palabras sobre otros grandes, como Agasi o las Williams, poniendo el énfasis en el esfuerzo personal y el coraje intrínseco a todo triunfador. Respecto a lo que acabábamos de contemplar, fuimos ro