Prince, siempre Prince; la muerte del más grande.

    Esta vez no fue por las noticias, sino por familia y amigos. Mejor así; al rato de saberlo, en un noticiario emitido por radio daban el titular, y me parecía irreal: ha muerto Prince, el genio que revolucionó la música negra.

     Escucharlo así, como otra de tantas noticias, me heló la sangre, y ni quiero imaginarme cómo me habría sentido si hubiese sido ésta la manera de enterarme.

     Demasiado joven, demasiado repentino, demasiado impactante... Y tan cerca de la muerte de otro genio, Bowie, que también nos ha marcado.

     Con él inicié la incursión en el maravilloso mundo de la música, inmejorable compañero de adolescencia, y gracias a él he conocido a gente maravillosa que se ha anclado definitivamente a mi vida (ya sabéis quienes sois).
    Tengo su música, su recuerdo de haberlo visto varias veces en directo, la preciosa experiencia vital de haber compartido su música con mi mujer, alguna de las púas con las que tocaba su guitarra... Y la mágica vivencia de haber estado con él en un escenario.

    Me apoyo en toda la genialidad y amor que se derrama desde su inmensa obra, y sobre todo, en mi firme esperanza en la Vida Futura.

   Pero a pesar de todo, hoy es un día triste, donde las lágrimas púrpuras brotan con una cadencia que no se parece a ninguna otra... como cuando las palomas lloran. 

    Gracias. Vuela ahora al encuentro de ese Dios al que tantas veces has alabado en público y en privado. Ya pasó todo, es hora de entonar la oración contenida en Anna Stesia, y luego... ¡Magnificat!